EL SANTO DE MAGUNCIA
(relato
histórico)
¿Conocéis,
queridos lectores, a la dorada Maguncia? ¿Y la maravillosa corriente que
serpentea entre los imponentes Alpes para luego abrirse paso a través de las
fértiles y benditas tierras de las orillas, donde los dorados rayos del sol
maduran los vinos más preciosos? ¿Conocéis la fuerte corriente que celebraron
numerosos bardos? ¿No conocéis todavía la divina corriente del Rin? ¿No habéis viajado
nunca sobre su espinazo o ni siquiera habéis mirado sus olas teñidas de verde
pálido?
¡Venid
y observad esta corriente y los benditos campos a través de los cuales fluye;
las bellas, grises antiguas y, a pesar de ello, jóvenes y frescas ciudades alrededor
de las cuales corren sus aguas; la plateada Estrasburgo, la Colonia de hierro y
la perla de todas sus ciudades: Maguncia, la dorada Maguncia! Queridos lectores, venid hoy hacia mí: quiero
contarles una historia de la época gris; una historia que comienza y termina en
Maguncia y que es verídica; una historia que durante ocho centurias se
transmitió de boca en boca y de generación en generación.
Maguncia
no es sólo una hermosa ciudad; es también una urbe muy antigua. Surgió en una
época en la que el pueblo alemán aún no solía vivir en ciudades. Aquí, donde el Meeno confluye con el Rin,
donde los montes conforman una cadena de campos fértiles y en las zonas
aledañas se elaboran los vinos más finos -aquí fue el lugar donde los romanos
fundaron poblados, donde Julio Cesar levantó un fuerte puente sobre el Rin, y
donde Druso edificó una fortaleza gigantesca.
También
los hijos de Israel, que fueron expulsados de Eretz-lsrael, se establecieron
aquí desde tiempo remotos e hicieron florecer una comunidad grande y numerosa
que cuidó el preciado tesoro que el pueblo de Israel llevó consigo en el exilio
- la sagrada Toráh de Elohim.
Aquí,
en esta ciudad vivieron, poco antes de comenzar nuestra historia, las dos
personalidades judías más relevantes de Alemania, las que con profunda
abnegación y devoción enseñaron la Toráh a cientos y miles de alumnos; fueron
ellos: Rabeinu Meshulam Hagadol (el grande) y el mundialmente conocido Rabeinu
Gershom, "Maor Hagolá" (" Luminaria de la Diáspora), -el faro
que iluminó al pueblo judío en el exilio.
Se trata del mismo Rabeinu Gershom, que promulgó la prohibición de
casarse con más de una mujer, con lo cual contribuyó a purificar la vida
familiar judía.
El
trono rabínico de estas dos celebridades fue ocupado por un digno heredero de
su grandeza: el conocido poeta religioso Rabí Shimón, a quien se le agregó
luego el título "Hagadol"; sus sublimes poemas litúrgicos, que son un
cántico de alabanza a Elohim, no habían sido incluidos, todavía, en el ritual
de oraciones para las festividades judías.
Rabí Shimón era muy joven aún y, sin embargo, su gran capacidad,
maestría y profunda versación lo elevaron a la categoría- de rabino y jefe de
la comunidad judía más destacada de la Europa de aquellos días.
Rabí
Shimón estaba sentado en su estudio, pensativo.
Recién se habían ido sus alumnos, los grandes libros estaban todavía
sobre la mesa; ante él se encontraban, desparramados, varios tratados del
Talmud babilónico; nada de esto, empero, ocupaba su mente. Se encontraba en su estado de sublime
inspiración. Sus ojos brillaban y sus
labios se movían imperceptiblemente. La
mano escribía lo que sentía el corazón, la mente reflexionaba y los labios
murmuraban.
Estaba
creando el maravillosamente hermoso y excelso poema litúrgico que serviría de
introducción a las oraciones del segundo día de Rosh Hashaná. En este poema
Elohim es glorificado como un rey que recuerda todos los sucesos y para Quien
suena el shofar. El idioma era admirable
y adecuado grácilmente a los pensamientos, como una verdadera vestidura; la
rima se cerraba con naturalidad y las estrofas estaban ordenadas de acuerdo al
alfabeto hebreo. A todo esto el nombre del autor estaba artísticamente
entrelazado en el poema.
Recién
había terminado su maravillosa creación y comenzó a revisarla con una sonrisa
de satisfacción sobre sus labios. De
pronto se abrió la puerta y entró un hermoso niño de cuatro años. La criatura se acercó con pasos silenciosos a
Rabí Shimón y observó detenidamente el trozo de pergamino escrito.
-¡Oh, papito, querido
papito!- exclamó el niño con alegría.
-Has escrito mi
nombre: "El janán najalató benóam lehashpar "
-siguió leyendo el
pequeño con voz sonora, que causaba asombro en una criatura como él. Rabí
Shimón sentó al niñito de cabellos rubios y ondulados sobre sus rodillas y le
dio un beso sobre sus labios rosados.
-Sí, mi querido
Eljanán, he entrelazado también tu nombre en mi poema. Tu nombre será recordado junto con el mío
cuando los judíos le oren a Elohim en Rosh Hashaná con cálido fervor. Estas palabras que tan bien has leído aquí,
¿también las puedes traducir?
-No a todas, papito:
Elohim concedió su gracia a Su herencia con Sus amorosos conceptos". Hasta ahí puedo traducir. Pero ¿qué significa "lehashpar"?
-
Eso quiere decir: "para embellecerlo". Elohim concedió Su gracia a Su herencia, Su
pueblo, a nosotros, los judíos, para hacer que nuestro destino sea querido y
hermoso. El nos ha elegido entre todos los
pueblos, para que le pertenezcamos.
Cuando oigas alguna vez, mi hijo, pronunciar tu propio nombre, recuerda
estas palabras mías.
El
pequeño sacó el pergamino de la mano de su padre y repitió muchas veces, con
voz vibrante, las palabras: "¡El janán najalató benóam lehashpar!"
El
padre lo contempló todo el tiempo con una sonrisa de satisfacción y llena de
esperanza, y, además, con verdadero orgullo.
-Papito,
-dijo Eljanán- ya aprendí de memoria las cinco palabras. ¡No las olvidaré
nunca, nunca! ¡Y también recordaré para siempre lo que me explicaste recién!
Emocionado por estas palabras el feliz padre abrazó a su hijo y lo apretó
contra su pecho.
En
la casa de Rabí Shimón reinaban el dolor y la tristeza, pues Eljanán se había
enfermado de gravedad. El padre y la
madre estaban sentados junto a su lecho y lloraban. Margarita, la fiel criada de la casa, le daba
de tomar al niño el remedio que había recetado Rabí Natán, el doctor.
El
pequeño estaba muy afiebrado. Su frente
ardía y él se sacudía de un extremo al otro de su cama. Por momentos fantaseaba acerca de sus
amiguitos, o sobre sus padres, y al minuto llamaba nuevamente a la criada.
Cuando ésta se acercaba le daba un fuerte empellón para alejarla de si y
comenzaba a gritar como si estuviese dominado por un terrible miedo. Al rato caía extenuado sobre la cama y se
quedaba tendido por mucho tiempo. Después se volvía a incorporar bruscamente y
gritaba a viva voz: "¡Eljanán najalató benóam lehashpar!"
En
ese mismo instante entró Rabí Natán, el médico.
Con gran asombro escuchó la exclamación del niño y observó detenidamente
a Rabí Shimón con una mirada inquisidora.
-Es
un verso de un poema litúrgico mío que compuse para Rosh Hashaná. Mi hijo entró de casualidad a mi estudio
cuando lo estaba escribiendo y se alegró mucho cuando vio entrelazado en él su propio nombre -le explicó Rabí
Shimón al médico-.
Rabí
Natán sacudió la cabeza. "Ya le he
advertido muchas veces -dijo- que usted esfuerza a su hijo prematuramente. Los niños tan pequeños como él deben
entretenerse sólo con juegos infantiles, hasta que su cuerpo se desarrolle lo
suficiente."
Al
finalizar su reproche se acercó al lecho del infante y sacudió nuevamente la
cabeza: -El niño está muy enfermo -dijo pausadamente- y debe ser atendido con
mucho cuidado y esmero. ¡Esto durará
uno! Nueve días más y luego vendrá el momento decisivo. De ninguna manera deberéis velar por él los
tres juntos. Antes bien convendría que
os intercambiéis, pues de lo contrario no podríais soportar la situación por
todo el tiempo que fuere necesario.
-Mi
esposo no puede velar al enfermo - dijo la madre-. No duerme noches enteras, puesto que piensa,
estudia y escribe sin descanso. Mi
criada Margarita y yo cuidaremos de nuestro hijo en forma alternada. El médico
se fue. Rabí Shimón fue llamado a su
estudio, pues habían venido litigantes para someterse a un juicio
rabínico. En el ínterin anocheció y
Margarita le pidió a su ama que fuese a descansar por unas cuantas horas bajo
la formal promesa de que le permitiría reemplazarla después de medianoche. "La madre no se sentía muy deseosa de
separarse de su hijo enfermo, pero comprendió la necesidad de aceptar el
pedido. Se acostó entonces a dormir para
poder' después velar a su hijo con fuerzas renovadas.
Y
he aquí que Margarita se quedó sola a cuidar al pequeño enfermo.
-¡Pobre
criatura! -se decía a sí misma mientras el niño era preso de un sueño inquieto-
¡Pobre
niño! Debes, lamentablemente, morir tan joven.
Eres tan hermoso e inteligente, y a pesar de todo ni siquiera podrás
acceder al Paraíso, puesto que eres un niño judío. ¡Y yo te quiero tanto, pero
tanto! ¡Ojalá pudiera salvarte!
Y
Margarita comenzó a llorar amargamente y a lamentarse a viva voz, a tal punto
que Eljanán se despertó y empezó a fantasear nuevamente. Margarita acarició al pequeño para calmarlo y
hacerle tomar el remedio tranquilizante; el niño lo rechazó, sin embargo,
alejándola. La servidora llamaba al niño
con los nombres más cariñosos, besándolo; pero la criatura no se pudo calmar.
En
ese momento entró el padre y el niño se tranquilizó al instante, se sentó y
exclamó: "¡El-janán najalató benóam lehashpar!"
Rabí
Shimón se inclinó sobre su hijo y lo cubrió de besos; las lágrimas comenzaron a
derramarse sobre su rostro. El niño,
empero, se tranquilizó cada vez más y cuando la madre entró a su recinto para
reemplazar a la criada, ya la gravedad de la dolencia se había disipado. También el médico lo encontró, al día
siguiente, en un mejor estado de salud; no dejó de insistir, sin embargo, en
que recién al noveno día podría decidir si el peligro había sido conjurado.
Era
un domingo por la mañana. De la iglesia
"Liebfrauen" había una multitud de cristianos. Sólo una pequeña parte de los feligreses se
quedó en la iglesia para proseguir con sus oraciones. Entre ellos estaba
Margarita, la criada cristiana de la casa de Rabí Shimón. Ella le contaba al cura Tomás acerca de la
dolencia del niño al que cuidaba y de su tremendo dolor porque Eljanán iría al
infierno, ya que era judío...
Más
tarde, al salir de la iglesia, su rostro denotaba una gran alegría. ¿Cuál era
la causa de su regocijo? ¿Se debía, acaso, a algo que el cura le había dicho?
Eljanán
seguía fluctuando entre la vida y la muerte. Se acercaba la decisiva novena
noche de la enfermedad. La madre velaba
ante su cama; Rabí Shimón, sin embargo, estaba sentado en su estudio y echaba
un sueño ante una "Guemará" abierta.
Parecía soñar con algo muy agradable, ya que sus labios estaban
coronados por una sonrisa de satisfacción.
Al despertarse cerró la "Guemará", entró corriendo al recinto
donde se encontraban su esposa e hijo, y exclamó con júbilo:
-
¡Beile! ¡Nuestro hijo no morirá!
Su
esposa lo miró tremendamente asombrada; Rabí Shimón, empero, se sentó a su lado
y siguió diciendo:
-
¡Oh, Beile! ¡Escucha qué maravilloso sueño he tenido recién! ¡En él he visto el
futuro'! Estando muy cansado me dormí
ante una "Guemará" abierta. Las letras y las palabras danzaban ante
mis ojos y adoptaban las formas de los significados de sus nombres. "Alef' estaba parada ante mí como un
príncipe, con su báculo en la mano, dando órdenes a toda la multitud; la
"Bet" se transformó en una hermosa casa, un verdadero palacio, como
sólo pude ver en Italia; la "Guimel" extendió su cuello como un
verdadero camello; la "Dalet" se convirtió en una esplendorosa puerta
que daba hacia el ' palacio y una mano se mostró con el puño crispado. Era la "Iud". " "Pei"- se me presentó
riendo, como una boca amistosa. " "Záin", por el contrario, se
mostró amenazante, como si fuera un arma y toda la multitud pasó volando
salvajemente ante mis ojos, asiéndome y arrastrándome hacia lo lejos, hacia un
hermoso y soleado país. Aquí la
"Bet" se erigió como un grandioso palacio a través de cuyas puertas
pasamos todos hasta llegar a una sala ricamente ornada, en la cual había un sillón
de oro sobre el que estaba sentado un gobernante vestido con ropas preciosas y
con su testa adornada por una triple corona.
Alrededor
del gobernante estaba parada mucha gente importante con las cabezas gachas en
señal de sumisión y uno tras otro le fueron besando la mano; las letras, sin
embargo, no se inclinaron ante él. Y
cuando observé la cara del gobernante vi que se trataba de -nuestro Eljanán; al
mismo tiempo, sin embargo, me asusté muchísimo: sobre su pecho colgaba una gran
cruz de oro. Exclamé entonces, llorando:
¡Eljanán, Eljanán!" Y entonces el gobernante descendió de su trono de un
salto, tiró la cruz dorada lejos de sí y se echó en mis brazos ampliamente
abiertos, cubriendo mi rostro con cálidos besos. Recién entonces, las letras nos rodearon a
ambos y nos abrazaron, trayéndonos hacia este lugar llamado Maguncia. Aquí en Maguncia se levantó, en el lugar
destinado a la feria, un gran trono con setenta y dos peldaños, tal cual
nuestros sabios describieron el trono del rey Salomón. Sobre cada escalón estaban sentados leones
dorados que rugían con voces estentóreas y águilas doradas golpeaban
fuertemente con sus alas.
Eljanán
se quitó la triple corona de la cabeza y la tiró lejos de sí, hasta el Rin, en
cuyas aguas se hundió estrepitosamente.
Después ascendió por los peldaños que conducían al trono. Los leones le lamían las manos y las águilas
se echaban a sus pies.
Cuando
hubo llegado al trono descendieron del cielo multitudes de ángeles. Uno de
ellos tenía en sus manos una corona que parecía emitir rayos de sol, la que
colocó sobre la cabeza de nuestro iluminado hijo, mientras los demás exclamaban
con voz resonante: "¡Sea así tratada la persona a quien el Rey de reyes
quiere honrar! -Y aquí me desperté, cerré la "Guemará" y vine a verte
aprisa. ¡Créeme, querida mía, que nuestro Eljanán sanará, con la ayuda de
Elohim! ¡El altísimo lo ha reservado para grandes cosas! -¡Hágase la voluntad de Elohim!- dijo la
madre devota y se inclinó sobre el niño, que dormía plácidamente y respiraba
sin dificultad.
Cuando
la criatura se despertó a la mañana siguiente, el médico Rabí Natán estaba
sentado al lado de la cama. Durante un
rato largo tuvo la mano del niño en la suya y después exclamó con voz
entusiasta: ¡Baruj rofé jolim!" (Bendito sea el que cura a los enfermos,
es decir, Elohim.) La crisis ha pasado y el niño está sano y salvo!
Muchos
días tuvo que guardar cama Eljanán después de haber pasado la crisis. Margarita lo cuidó con extraordinario amor y
dedicación. Quien la hubiese visto podía
observar que su actitud hacía el niño había cambiado radicalmente. También antes lo había querido mucho, pero
ahora lo atendía con verdadera unción y éxtasis religioso. Casi no podía soportar que sus propios padres
u otros familiares o conocidos se acercasen a él. Tenía celos de todos aquellos que se disponían
a hablar con la criatura. Esta, actitud
de Margarita tampoco era un secreto para su señora. Pero todos los demás que habían observado
este extraño comportamiento de la criada sostenían que era el resultado de un
estado enfermizo producido por sus extenuantes esfuerzos durante la dolencia
del niño.
La
verdadera causa, sin embargo, de la extraña conducta de Margarita, era otra:
Cuando le había contado ese domingo al cura acerca de su gran pesar por el
hecho de que Eljanán, el hijo de Rabí Shimón, habría de morir sin poder
librarse del infierno, el sacerdote le aconsejó que convirtiese al niño al
cristianismo para que salvase su pobre alma. Margarita siguió su consejo y
estaba segura de que sólo la conversión y ninguna otra cosa, había arrancado al
niño de las fauces de la muerte. A
partir de ese instante consideró al niño como un ser de su propiedad y todos
sus pensamientos estuvieron orientados a encontrar la forma de arrancarlo de
sus padres y educarlos como cristiano.
Entretanto
se acercaba la sagrada festividad de Rosh Hashaná.
Todos
se dirigieron a la sinagoga para el toque del "shofar". Sólo Eljanán tuvo que quedarse en su casa con
Margarita, ya que estaba aún convaleciente.
Margarita
abrió una entrada trasera de la casa, por la que penetraron unos cuantos
individuos enmascarados, quienes tomaron al atemorizado niño. Uno de ellos alzó al pequeño desnutrido y
debilitado y todos se fueron tan silenciosamente como habían venido.
Margarita
cerró con llave la puerta trasera.
Después de transcurridos unos minutos, sin embargo, comenzó a
arrepentirse de lo hecho. Estalló en un
fuerte llanto, se tiró al piso y se arrancó de los cabellos, maldiciéndose a sí
misma con las peores imprecaciones. Pero
al mismo tiempo rebosaba de satisfacción y alegría al pensar que Eljanán ya era
cristiano y que si llegaba a morir no se perdería en el infierno. Sin embargo, la conciencia la seguía
atormentando...
Rabí
Shimón y su familia volvieron de la sinagoga con el ánimo bien dispuesto y
alegre. Pero apenas transpusieron el
umbral de la casa encontraron a Margarita tirada sobre el piso, con la cabeza
golpeada y la cara arañada.
-¡Elohim
mío! -exclamó Beile- Margarita, ¿qué ha sucedido? ¡Levántate! ¿Dónde está
Eljanán, mi hijo? Margarita no se incorporó ni contestó. Al instante enviaron por Rabí Natán, el
médico; revisaron toda la casa, clamando por Eljanán -pero sin obtener el menor
resultado. El médico vino y comprobó que
Margarita había perdido la razón. Estaba
inconsciente cuando la acostaron en la cama. Siguieron buscando, luego, a la
criatura, pero todo fue inútil.
La
terrible noticia se difundió inmediatamente por toda la ciudad. Todos colaboraron en la búsqueda del
niño. Se informó al alcalde y al
arzobispo, y se revolvió cielo y tierra; se ofreció una gran recompensa y se
enviaron mensajeros a todas las poblaciones aledañas, pero Eljanán había
desaparecido como si se lo hubiese tragado la tierra. La única que hubiera podido dar
una
información clara y precisa -no pudo recuperar la conciencia: Margarita había
enloquecido y contestaba a todos los pedidos y preguntas con una sonrisa de
insana.
Cuando
el "jazán" ( Cantor litúrgico) comenzó a cantar, en el segundo día de
Rosh Hashaná, el recientemente escrito poema religioso de Rabí Shimón,
"El-janán najalató benóam lehashpar", el desdichado padre empezó a
llorar amargamente y toda la comunidad lo acompañó en su propio pesar. Todos los ojos se humedecieron. Arriba, en el
sector de la sinagoga destinado a las mujeres, Beile perdió el conocimiento y
tardó mucho tiempo en Volver en sí.
Después
de finalizadas las oraciones Rabí Shimón se había calmado lo suficiente como
para consolar a su mujer. Su fe y devoción ilimitadas lo ayudaron a
sobreponerse a su gran desdicha y Beile terminó consolándose gracias a la profunda
fe de su esposo. Eljanán, no obstante, había desaparecido sin dejar el menor
rastro.
Los
individuos enmascarados lograron llevarse furtivamente a Eljanán a la iglesia
situada sobre el "Jakobsberg".
El débil niño lloraba y se lamentaba continuamente. El cura Tomás, el
verdadero responsable del secuestro, tenía a la criatura en su habitación. Eljanán volvió a enfermarse, y más gravemente
aún que antes. Sin embargo, y gracias a
los excepcionales esfuerzos del sacerdote, esa enfermedad sólo sirvió para
ayudarlo a llevar a cabo su plan diabólico.
Procuró al niño un cuidado excelente, hasta que su joven naturaleza se
impuso y Eljanán comenzó a restablecerse poco a poco.
Después
de largas fantasías febriles la criatura había recobrado el conocimiento, pero
al mismo tiempo se borraron de su memoria los recuerdos del pasado. El cura Tomás se comportaba amorosa y
delicadamente con el niño, al que llamaba "Félix". Y Eljanán aprendió
a quererlo y a tenerle confianza. Cuando Félix se hubo restablecido del todo el
cura Tomás lo llevó a Bamberg para instalarlo en la iglesia de Jacob. A los celosos investigadores de la
desaparición del hijo del rabino de Maguncia ni se les cruzó por la mente
buscarlo en ese lugar.
"Félix"
se había transformado en el niño mimado de los curas de la iglesia de
Jacob. Le enseñaban lo que sabían y la
maravillosa aplicación, la extraordinaria inteligencia y la notable memoria del
niño fueron motivo de asombro para todos sus maestros. Al cumplir los siete años de edad Félix ya
conocía tan bien la lengua latina que la hablaba sin dificultad y la escribía
sin errores.
Eso
era todo lo que el pequeño podía aprender en la iglesia de Bamberg. El prior, orgulloso del niño, lo llevó
personalmente a Roma. También en esta
ciudad provocó Félix el asombro de todos.
Hasta se lo presentaron al mismo Papa, quien lo puso en manos de los
mayores y conocidos ministros del culto cristiano para su futura formación. En
esa época el poder papal había adquirido una extraordinaria fuerza e influencia
sobre la vida de la gente y los países.
Príncipes y hasta reyes debieron doblegar su orgullo ante la voluntad de
Roma, que amenazaba con la excomunión.
El
monje benedictino Hildebrandt, que poseía una ambición sin límites y era amigo
de confianza del arzobispo Lorenzo de Amalfi, una persona de gran influencia,
se interesó muy especialmente por el niño prodigio. Decidió entonces educarlo en su espíritu para
convertirlo luego en su mano derecha.
Y
así fue criado Félix, en medio de tales aconteceres, en la densamente poblada
corte papal, adquiriendo claros y profundos conocimientos en todas las ciencias
y artes.
Cuando
Félix cumplió los 18 años de edad, su protector Hildebrandt accedió al trono
papal bajo el nombre de Gregorio VII. .
Había
comenzado una época de mucho movimiento.
Todos los ideales de vida que se había propuesto cuando aún era el monje
Hildebrandt, los quiso llevar a cabo en su calidad de Papa. Se propuso crear un fuerte poder teocrático;
que el Papa, como "vicario de Cristo" sobre la Tierra, fuese el juez
supremo no sólo en lo que atañe a asuntos eclesiásticos, sino también en todo
lo concerniente al área política. Para
poder llevar a cabo este plan necesitaba un ejército poderoso que estuviese
diseminado por todo el mundo. Y para integrar este ejército el Papa tenía
puestos sus ojos en los numerosos clérigos que podían ejercer en todas partes
una poderosa influencia. Esta dependía,
sin embargo, de las esposas e hijos de los gobernantes seculares, de los
condes, duques, príncipes y reyes, y del emperador. Cuando estos clérigos estuviesen solos y
aislados, como lo estaban, hacía ya muchos años, los monjes, y no debiesen
preocuparse por esposa e hijos ni tener necesidad de depender de nadie,
entonces buscarían y encontrarían en la Iglesia un único y poderoso
aliciente. Estarían capacitados, pues,
para esa organización a través de la cual la iglesia católica se convertiría en
un solo cuerpo, a cuyo frente se colocaría el Papa en Roma.
Este
era el gran plan del Papa Gregorio VII, que lo llevó a promulgar el celibato
(Prohibición, a los clérigos, de casarse, y los que ya lo habían hecho, debían
separarse de sus mujeres.) ni bien ascendió al trono papal. Un grito de
protesta se extendió por toda la iglesia católica; miles de clérigos casados debieron
separarse enseguida de sus mujeres y sus cargos debieron ser ocupados por
monjes. En muchos lugares se produjeron
rebeliones organizadas contra la orden papal; las protestas más airadas se
dejaron oír en Alemania. Pero
Hildebrandt-Gregorio no era hombre de dejarse desviar de su camino, que
consideraba justo y útil. Envió, entonces, mensajeros a todas partes,
quienes debieron velar, por las buenas o por las malas, porque su orden fuese
cumplida. A su asesor más capaz, el
joven clérigo Félix, le encomendó la más importante y difícil misión: apaciguar
y someter a los clérigos alemanes.
Félix
llevó a cabo con éxito su misión. En
cada lugar que visitaba lograba calmar los ánimos acalorados. Debido a esto, los clérigos superiores,
obispos y arzobispos esperaban con impaciencia el día de su llegada. En todos los lugares Félix reunía a los
sacerdotes, les proponía los grandes planes y las sanas intenciones del Papa,
les describía el luminoso futuro de la Iglesia y les demostraba cómo el
espíritu debía independizarse del cuerpo para lograr los objetivos
fijados. Su misión fue coronada por un
éxito que superó todas las expectativas.
Los
informes de los príncipes alemanes de la iglesia, que habían sido enviados a
Roma, alabaron hasta el cielo al nuncio papal.
El Papa, por su parte, sabía cómo recompensar a Félix por todos estos
méritos acumulados. Mientras Félix estaba de viaje llevando a cabo su misión
papal ascendía en la escala eclesiástica y era llamado para ocupar cada vez un
cargo más importante, recibiendo un título de honor tras otro.
Al
mismo tiempo comenzaron a producirse disidencias entre el Papa y el
emperador. Debía entonces convencerse a
los príncipes para que se separasen de su Káiser. Y también en este terreno Félix logró un
éxito inusual que le fue largamente recompensado. Estando en Landshut (Baviera) recibió la
noticia de que había sido designado obispo de Roberedo, con la observación de
que no interrumpiese su viaje por Alemania.
Dos años más tarde recibió en Trier la noticia de que había sido
designado arzobispo de Ravena. Al año
siguiente el Papa le envió a Brunswick el capelo de cardenal.
El
joven clérigo Félix había escalado, a los veinticinco años, posiciones a las
que sólo podían acceder contadas personas y sólo a una edad avanzada. Luego
recibió del Papa la misión de viajar a la Alemania septentrional.
El
obispo de Rosensburg esperó con impaciencia al enviado papal, el cardenal
Félix. El emperador Enrique IV reunió a
fuerzas amigas y derrotó a su contrincante, el emperador Rodolfo de
Suecia. La estrella del Papa Gregorio
había comenzado a empalidecer y sus amigos y seguidores hicieron los mayores y
desesperados esfuerzos para volver la suerte a su favor. Y he aquí que en
Rogensburg se resolvió llevar a cabo una reunión de todos
ellos.
También
el cardenal Félix se apuró a asistir a esa reunión.
Cuando
el cardenal había llegado a las inmediaciones de Rogensburg su vehículo se
detuvo de improvisto. Un judío se había
echado a lo ancho del camino y no dejaba pasar a los caballos. Félix ordenó traerlo ante sí.
-¡Salve
a mi hijo, misericordioso señor! -exclamó el judío desesperado-. Me llamo
Meshulam y vivo en Rogensburg. Durante
mi viaje a Bamberg me asaltaron los siervos del caballero de la roca roja y me
robaron todas mis pertenencias: mi dinero, mi mercadería y a mi hija Raquel.
¡Oh, misericordioso señor, apiádate de mí!
Hace ya medio año que pido ayuda en todas partes, pero sin obtener el
menor resultado.
Y
he aquí que escuché que usted es tan bueno, y amable con los pobres. En la ciudad no hubiera podido lograr
encontrarme con usted; por eso vine aquí. ¡Misericordioso señor, compadézcase
de un padre desdichado! Félix le indicó al judío que entrase al vehículo y le
preguntó sobre sus contratiempos. El
caballero de la roca roja era un enemigo del emperador y mantenía abiertamente
una disputa con el obispo de Regensburg, bajo cuya protección se encontraban
los judíos citadinos. Pero el obispo
tenía ahora otras cosas más importantes que hacer, que defender la causa de una
joven judía.
Félix
le prometió a Meshulam que lo ayudaría en todo lo que le fuese posible.
En
Rogensburg se habían reunido muchos príncipes, clérigos y notables
seculares. Félix entusiasmó a todos con
sus manifestaciones a favor del Papa. Y
cuando el emperador comenzó su marcha hacia Italia estalló en Alemania una gran
rebelión. Los seguidores del rey fueron
totalmente derrotados. También la fortaleza de la roca roja fue destruida y
Félix en persona devolvió a la doce añera niña Raquel a la casa de sus felices
padres.
De
Regensburg viajó Félix a Bamberg. ¡Cuánta alegría hubo en la Iglesia de Jacob,
cuando el por todos venerado cardenal Félix buscó, en compañía del obispo, al
anciano prior de Sankt jakob y se presentó ante él como el niño enfermo de otrora!
- Durante su estadía en Bamberg, Félix residió en esa iglesia, por lo que los
monjes estuvieron muy contentos. Al
encontrarse cierta vez cara a cara con el prior, aprovechó la oportunidad y le
volvió a preguntar acerca de su origen.
-Siendo yo todavía un niño de apenas siete años me trajo usted a Roma.
Usted sabe, seguramente, venerado padre, de manos de quién me ha recibido.
-Misericordioso
señor- le respondió el prior un monje de Maguncia de nombre Tomás, lo trajo a
usted aquí. Todo el asunto lo llevó a cabo de una manera muy misteriosa y
nosotros no pedimos mayores detalles.
Con frecuencia nos traen muchos niños que no sabemos de dónde provienen;
los formamos como
clérigos
y ellos ni se preocupan por investigar su origen. Se me ocurre que es usted el hijo de alguna
persona muy importante que quiere que su nacimiento permanezca oculto. El
rostro del cardenal se ensombreció. La
idea de que su origen debía ser conservado en secreto le resultaba intolerable. Durante muchas horas permaneció apesadumbrado,
hasta que resolvió viajar en los próximos días a Maguncia y allí, en el preciso
lugar donde según el prior se había desarrollado el hecho oculto, lo
investigaría hasta que saliese a relucir la verdad. Esa misma noche, sin embargo, recibió una nota
del Papa, solicitándole regresar a Roma.
Tuvo
que renunciar, entonces, y por el momento, a su plan de búsqueda.
En
el transcurso de todo este tiempo el emperador obtuvo un triunfo tras
otro. Pasó victorioso por toda la Alta
Italia, conquistó Roma y hubiera tomado prisionero a su enemigo, el Papa
Gregorio, si no fuera por el duque normando Robert Guiscard, quien lo rescató
de Engelsburg, donde estaba sitiado, y lo llevó consigo a Salerno.
También
ahora servía Félix fielmente al Papa, su amigo y protector. No lo abandonó ni
siquiera en la desdicha y lo acompañó en el exilio. Pero la salud de Gregorio se quebró por las
grandes aflicciones que había sufrido, y fue minada por una grave enfermedad de
la que no se restablecería. El Papa
Gregorio pronunció, antes de expirar, las siguientes palabras: "Amé la justicia y fui enemigo de la
maldad; por esta causa muero en el extranjero -en el exilio!"
Antes
de su muerte reunió a sus seguidores, a quienes expresó su deseo de que Félix
fuese su sucesor. Después del deceso del Papa Gregorio los cardenales
regresaron a Roma y cumplieron su última voluntad: bajo el nombre de
"Víctor III" el joven Eljanán, actual cardenal e hijo del rabino de
Maguncia, rabí Shimón el Grande, ascendió al trono papal.
¡Qué
dichosos se hubieran sentido miles de cristianos de ocupar el lugar del joven
Papa de treinta años! Era la cúspide del
poder y del honor lo que había alcanzado el nuevo Papa electo. Los príncipes más poderosos besaban sus pies;
reinaba sobre emperadores y reyes, y gran parte de la humanidad estaba echada
sumisa a sus pies.
Pero
el joven Papa no era feliz: le faltaba la fe en lo que él mismo predicaba y
enseñaba. El temor reverenciar, la
anulación de su propio honor por todo aquello que le habían enseñado a
considerar como sagrado y caro lo habían abandonado hacía ya mucho tiempo. Conocía demasiado y muy profundamente la vida
mundana y las pasiones humanas que dominaban a la misma corte papal de aquella
época, para que se dejase encandilar por todo aquello que atraía a las
multitudes.
Por
esta razón dedicaba largas horas al estudio de la Biblia en su idioma original,
conocimiento del que contados estudiosos cristianos podían ufanarse en aquellos
días. A la Biblia en hebreo acudía en
momentos de gran excitación y de terribles torturas de conciencia, buscando en
aquélla consuelo y sosiego. El Papa
Víctor no creía en los misterios de la iglesia católica. La seria reflexión lo llevó al convencimiento
de que la esencia del cristianismo fue tomada de los libros sagrados de los
hebreos. Su instruido espíritu
filosófico no le permitió rechazar la creencia en el único Elohim, tal como lo
proclama la religión judía.
Oigamos
ahora las palabras del Papa en su despacho privado, donde está sentado en
soledad frente a la Biblia hebrea:
"Shemá
Israel"-lee en silencio-"Yahweh Elokenu Yahweh Ejad" ¡Escucha
Israel! ¡Yahweh, nuestro ELOHIM Yahweh es único! ¡Oh, esto me conmueve y
penetra por todo mi ser, como un recuerdo de antiguos tiempos!.
Casi
adjudicaría este sentimiento al auténtico recordar y estoy por creer que
procede de acuerdo a la enseñanza de Platón, de aquel entonces, cuando aún
antes de nacer y sin hallarse todavía unido al cuerpo, el espíritu revisaba las
"ideas' en las alturas celestiales, y que. la fórmula recién leída fluye
de las profundidades de mi alma. ¡Oh, quien puede dilucidar este enigma Pero
¿por qué me atormento investigando cuestiones metafísicos ¡Ni siquiera puedo
descubrir el secreto de mi propio nacimiento!
¡Escribiré
a Maguncia para averiguar sobre el clérigo Tomás!
El
Papa se hundió en sus pensamientos, los que fueron interrumpidos por la entrada
de un criado.
-¡Santo
Padre! -dijo- Un monje alemán quiere conversar con usted acerca de un asunto
muy importante. ¡Sólo con el Santo Padre y con ningún otro! -¿De qué ciudad es, de qué Iglesia, y cómo se
llama? -Dice que se llama Tomás y es de
Maguncia. Un. padre de la orden de Sankt Jakob.
-¡El padre Tomás de Maguncia -exclamó el Papa con gran asombro. ¡Hazlo
pasar al instante, procura que estemos solos y que nadie nos interrumpe!
Al
entrar el padre Tomás, el Papa temblaba.
Habían
pasado ya veintiséis años desde aquel día en que Tomás había hecho traer a su
habitación de la iglesia a Eljanán, un niño de apenas cuatro años de edad.
¡Cuántos acontecimientos importantes ocurrieron en el mundo desde aquel
entonces y qué cambios se produjeron en la vida del hombre ante el cual el
padre Tomás de Maguncia estaba parado sumisamente!
Cuando
Tomás besó los pies del Papa no pudo pronunciar ni una sola palabra. Entretanto el Vicario observaba atentamente
la figura del hombre que le develaría la incógnita de su origen o, mejor dicho,
de quien esperaba obtener alguna información al respecto.
En
el transcurso de los largos años transcurridos el padre Tomás se convirtió en
un anciano. Sobre su pecho se apoyaba
reposadamente su luenga barba, blanca como la nieve. Su rostro no tenía nada de extraordinario ni
ningún rasgo especial que pudiese, en otras circunstancias despertar el interés
del Papa.
-¿Quería
usted hablar conmigo, Tomás? -Quebró el Papa el silencio.
-¡Sí,
Santo Padre! Después de una larga
ausencia estuve nuevamente en Bamberg, mi ciudad natal.
Allí
me contó el anciano prior de Sankt jakob qué maravillosa transformación sufrió
el destino del niño que entregué a esa iglesia hace veintiséis años. También me
reveló que usted arde de curiosidad por enterarse del secreto de su
origen. Me puse entonces en camino hacia
Roma con la esperanza de recibir de usted, Santo Padre, una gran recompensa.
-¡La
recibirá! ¡Pero cuente!
Y
Tomás le contó todo al Papa, que lo escuchó con gran atención. Le relató acerca de un tal Shimón, el gran
rabino -Padre del Papa; de la criada Margarita que murió enloquecida; de la
enfermedad del pequeño niño judío, su conversión al cristianismo y su rapto,
hasta que lo trajeron a la iglesia de Barnberg.
El
Papa escuchó todo con la atención concentrada, sin la menor observación ni el
más mínimo movimiento. Cuando Tomás hubo terminado su relato, el príncipe de la
Iglesia, el Papa, se sumió en profundas reflexiones.
-¡Ahá!
-exclamó finalmente- ¡Qué clara me resulta ahora mi forma de vida y mi modo de
pensar!
Después
se acercó a Tomás y le preguntó con severidad:
-¿Nunca
sintió remordimientos por el rapto? ¿No se arrepintió de haberles quitado al
niño, el niño inconsciente, a aquellos a quienes Elohim había destinado?
-¿Arrepentimiento?
-Preguntó Tomás asombrado ¿Arrepentimiento? ¡Usted se mofa de su súbdito y
siervo, Santo Padre! ¡Yo lo he sacado del infierno y lo gané para el Cielo
¡Usted ya es un santo! ¡Ahora, mientras está aún en este mundo! ¡Ah! ¡En toda
mi vida no he hecho nada mejor!
-¡No
se puede discutir con un maniático -Se dijo a sí mismo el Papa Víctor- ¡Ni
siquiera puedo enojarme con él!
-¡Escuche!
-dijo después en voz alta- ¡Lo recompensaré muy bien, pero antes dígame:
¿Además de usted, hay alguien que también conozca mi origen?
-¡Nadie
más que yo!
-júreme,
entonces, que no se lo revelará a nadie!
Después
que Tomás hubo hecho el juramento correspondiente el Papa le hizo pagar una
fuerte suma de dinero y le concedió una prebenda en la diócesis de Bamberg, que
estaba desocupada.
Tomás
besó entonces, muy agradecido, los pies del Papa y viajó a ocupar su nuevo
cargo.
Desde
aquel instante el Papa Víctor III no volvió a tener un minuto de paz. Lo asaltó una gran nostalgia por sus padres.
¿Pero cómo llegar hasta ellos? ¿Debía o podía, acaso, abandonar Roma, o tan
luego Italia. Y de hacer venir al rabino
¿no despertaría sospechas? Hacía ya
bastante tiempo que muchos interesados investigaban su origen. El mismo se ocupó, sin embargo, de difundir
distintos rumores. En uno se decía que
era alemán; según otra versión, descendía de una distinguida familia de la
nobleza italiana.
Acaso
no tuvo que evitar, hasta ahora, todo lo que pudiese contribuir a develar el
secreto, que era magnificado por la envidia?
Mas
la añoranza por sus padres se hizo cada día más fuerte, hasta el punto de no
poder sobrellevarla, casi. Resolvió
entonces obligar a la comunidad judía, por medio de una severa y pesada orden,
a enviar a su rabino a Roma en calidad de mediador ante la corte papal.
Pasaron
unas cuantas semanas desde que el Papa había tornado esa determinación. El rabino y los representantes de la
comunidad judía de Maguncia habían recibido la orden de apersonarse en el
palacio del arzobispo. A la hora
señalada la delegación judía de Maguncia, encabezada por el rabino Rabí Shimón,
se presentó en la sala de recepción del arzobispo.
-Debo
transmitirles -les dijo el arzobispo comunicado del Santo Padre de Roma. El Papa os prohíbe, de ahora en más, observar
vuestro shabat, circuncidar a vuestros hijos y hacer- uso de los baños
rituales. De no querer aceptar esta
orden, el rabino y dos miembros de vuestra comunidad deberán viajar a Roma para
demostrar ante el Papa la necesidad de estos preceptos religiosos. En caso de que envíen ustedes una delegación
a Roma, no se hará efectiva la orden del Papa hasta que vuestros representantes
no regresen a Maguncia.
Los
delegados judíos se asustaron mucho al escuchar ese decreto. Al rato, sin embargo, respiraron más
aliviados, al notar que había una salida.
-¡Viajaremos
a Roma, señor misericordioso! -Le respondió Rabí Shimón al arzobispo- Confiamos
en que Elohim ilumine nuestro camino para que logremos demostrarle al Papa la
santidad y necesidad de éstos, nuestros preceptos.
Los
representantes de la comunidad israelita de Maguncia o sea, el rabino y dos
acompañantes, partieron hacía Roma.
El
corazón del Papa comenzó a latir con inusitada violencia cuando le anunciaron
el arribo de la delegación de la comunidad judía de Maguncia, encabezada por su
rabino.
El
Papa recibió a la delegación en presencia de los integrantes más Prominentes de
su corte.
Cuando
Rabí Shimón entró a la sala y vio el rostro del Papa, que lucía sobre su testa
una triple corona, poco faltó para que no se desplomara. Se acordó, de pronto, de aquel sueño en el que se le había mostrado, un
cuarto de siglo atrás, el futuro de su hijo extraviado. Logró sosegarse, a pesar de todo, y en el
transcurso de una larga exposición de unas dos horas de duración demostró la
necesidad e importancia de los preceptos divinos cuyo cumplimiento el Papa
pretendió prohibir a través de un edicto suyo.
Cuando
rabí Shimón finalizó sus palabras el Papa ordenó a su secretario que anulase su
edicto y comunicase de inmediato, al respecto, al arzobispo de Maguncia. Después se despidió de los dos acompañantes
del rabino y le solicitó a Rabí Shimón que lo acompañase a su despacho privado,
donde lo quería consultar respecto a la Cábala.
El
rabino siguió al Papa. Cuando estuvieron
en dicho lugar de estudio Rabí Shimón se sentó en el lugar que le indicara el
Papa, mientras éste caminaba a lo largo y a lo ancho del recinto.
-¿Su
mujer vive todavía, Rabí?
-Vive,
misericordioso señor, y espera anhelante mi regreso al hogar.
-¿Cuántos
hijos tiene, Shimón?
-Tengo
cuatro hijos y dos hijas.
-¿Dónde
viven sus hijos?
-Ieuda,
mi hijo mayor, vive en mi casa. Si
Elohim no lo dispone de otra manera, será mi reemplazante.
Mi
segundo hijo, Iosef, es rabino en Metz. Meir, mi tercer hijo, es
comerciante
en París, donde se casó con la hija de un destacado ciudadano judío. Nejemia, mi cuarto hijo, estudia bajo mi
supervisión. Mis dos hijas, en cambio,
se casaron en Maguncia.
-Y
además de los nombrados, ¡no tiene más hijos?
-¡Sí!
contestó el rabino, suspirando profundamente- Tuve otro hijo. Y he aquí que hoy me pareció verlo con vida,
al mirarlo a usted, pues su figura me hizo recordar su carita querida,
bondadosa y espiritual.
-¿Mi
cara?
-Perdóneme,
padre misericordioso, si lo he herido con éstas, mis palabras.
Pero
así sucedió; ante mi alma surgió un sueño, en el que veía a ese hijo mío
sentado sobre un trono con una triple corona sobre su cabeza y una gran cruz de
oro sobre su pecho. Las personalidades
más destacadas del mundo le besan los pies. justamente así lo vi a usted en el
día de hoy, misericordioso señor.
-¿Y
qué sucedió con ese hijo suyo? -Desapareció a la edad de cuatro años sin dejar
el menor rastro.
-¿Y
no sabe usted dónde puede hallarse?
-Se
cree que nuestra criada, que murió enloquecida, le debió haber hecho algo, o lo
arrojó a las aguas del Rin. -¿Cómo se
llamaba ese hijo suyo?
-Eljanán.
-¡Eljanán!
-Exclamó el Papa con gran asombro- Y de pronto su boca pronunció con gran entusiasmo
como si sintiese un alivio divino, las palabras:
-El-janán
najalató benóam lehashpar! ¡Padre, padre mío! -siguió exclamando- ¡Yo soy tu
Eljanán, tu hijo perdido hace ya tanto tiempo! ¡Oh, déjame reposar en tu pecho
paterno!- Sin poder pronunciar ni una palabra más por la emoción que lo
embargaba abrazó a su padre reencontrado, Rabí Shimón, y llorando a viva voz
cubrió su rostro con cálidos besos.
Así
es el alma judía: aun cuando penetre en otra fe y se aferre a ella, como le
sucedió a Eljanán con la religión cristiana durante veintiséis años, y más
todavía teniendo en cuenta que fue arrancado del judaísmo cuando tenía apenas
cuatro años de edad, ni bien retorna a su memoria algún elemento propicio,
resurge con renovadas energías su ligazón con la fe judía.
Ambos
representantes de la comunidad judía regresaron solos a Maguncia. Rabí Shimón
permaneció en Roma, a pedido del Papa, para que lo orientase en el estudio de
la Cábala. Padre e hijo se reunían a
diario y se contaban lo que había acontecido con ellos durante su cuarto de
siglo de separación. En estas
entrevistas no faltaron las conversaciones sobre temas serios. Todo lo que ardía en el hijo y lo quemaba por
dentro era aclarado por el padre con su sabiduría extraordinaria. No en vano lo llamaban "el grande".
Coexistía
en Rabí Shimón, junto a sus profundos y vastos conocimientos, entusiasmo por
los mismos ... Esto lo notamos hoy en
día, en que nos llegan, en los días más sagrados del año, sus poemas
religiosos, que son pronunciados con gran fervor por el pueblo de Israel. Todo esto tenía entonces, al estar junto a su
hijo Eljanán, el Papa, una fuerza duplicada, ya que las palabras del padre eran
una fuente viva plena de entusiasmo por
su
reencuentro con el hijo perdido.
-Tienes
razón, padre, -solía decir Eljanán, y cada conversación finalizaba con la
desesperada pregunta -¿Pero qué puedo hacer?- Y el padre permanecía en
silencio.
Hacia
ya catorce días que Rabí Shimón se encontraba en Roma. Le contó entonces detalladamente a su hijo el
notable sueño cuya primera mitad se había cumplido de modo tan asombroso.
-Me
has preguntado ya muchas veces -siguió diciendo Rabí Shimón- qué puedes hacer,
y hasta el momento no te he dado ninguna respuesta. Ahora, sin embargo, ha llegado el momento de
hablar acerca de ello. Y escucha lo que
habrás de hacer. ¡Deberás cumplir totalmente ese sueño y llevarlo a cabo hasta
el final! ¡Aleja de ti todo este brillo y esta corona -y Elohim te dará, a
cambio, una corona más divina!
-
¡Padre mío! -exclamó Eljanán con temor ¿Qué pretendes de mí? ¿Qué renuncie
voluntariamente al éxito que logré con tanto esfuerzo y dedicación, y que
descienda del trono más hermoso de la Tierra para vivir nuevamente en el
oprobio? ¡Reflexiona padre, acerca del sacrificio que me demandas!
-¡Claro
que lo he pensado! El honor que el
hombre logra en este mundo no podrá llevárselo consigo a la tumba. ¡Alguna vez
deberás descender de ese trono y tendrás que renunciar a todo ese brillo y
oropel! ¡Ah, mi querido hijo, hazlo voluntariamente y rescata lo imperecedero
de tu destino, tu parte del otro mundo!
Si te dedicases ahora con amor a la religión a la que fuiste llevado por
la fuerza si fueses un cristiano creyente, me esforzaría, realmente, por atraerte
a la fe de nuestros ancestros. Pero si
no lo lograse me vería obligado a abandonarte, aunque con profundo pesar. Pero tú mismo no eres un cristiano creyente y
tu permanencia en este alto cargo que ocupas no es más que mentira y engaño; tu
corazón y tu fe eran los de un judío aún antes de mi venida hacia ti.
Por
otra parte no te causará dolor ni a ti, ni a tu espíritu, ni a tu corazón ni a
tu mente el hecho de ser arrancado de esas costumbres a las que te habituaste
por un fortuito hecho rapaz. Sólo el
esplendor aparente, la corona, el brillo, la gloria y el deseo de poder, te
mantienen firme en tu posición extraordinaria. ¿Y por esto estás dispuesto a
vender no sólo tu alma judía inmortal, sino también tu vida en este mundo, que
será para ti un campo de permanentes luchas internas?
¿Créeme,
mi hijo, que el sacrificio que yo te pido es realmente muy pequeño.
Te
doy más de lo que te exijo: te ofrezco el amor de los padres y hermanos que no
alcanzaste a conocer; te ofrezco el amor de una mujer e hijos, que nunca
lograrás conocer aquí; te propongo estudiar la sagrada Toráh de Elohim y
cumplir los preceptos que el Altísimo le ha encomendado a Israel, y acerca de
los cuales no tienes la menor idea; te ofrezco este mundo y el venidero, que
Elohim destinó a los devotos...
Rabí
Shimón calló; tampoco Eljanán pronunció ni una palabra, sino que midió como
mentalmente, la habitación. En su
delicado y bello rostro se reflejaban terribles disputas internas. De pronto se quedó parado frente a su padre,
su rostro se iluminó y dijo:
-Tengo
una salida, padre, que también te satisfará.
Nuestro pueblo judío está esclavizado y es despreciado; clérigos
fanáticos incitan al populacho, en muchos lugares, contra nuestros hermanos.
¡Cuán saludablemente podría influir a favor de mis hermanos, al gobernar sobre
todo el mundo! desde mi cargo seria útil.
-¡Déjame aquí! ¡Quiero consagrar mi propia vida a mis hermanos sin
llamar la atención! promulgare edictos papales a su favor, predicaré
fraternidad y tolerancia, y seré una herramienta en mano del Supremo Creador
para liberar, a Su Pueblo Israel del yugo agobiador. De regresar con ustedes, ganaríais un solo
judío, pero si permaneciese aquí podría convertirme en una bendición para la
comunidad judía y, quizás, salvar a miles de judíos.
-Tampoco
en esto puedo estar de acuerdo contigo, mi hijo, Nuestros sabios enseñan:
"No le digas a ninguna persona: peca, para que otro goce del producto de
tu pecado". No tienes derecho, hijo
mío, de entregar tu alma en beneficio de las almas de tus hermanos. Y tampoco podrás llevar a cabo lo que
intentas.
Deberás
librar batallas extraordinarias, serás destituido de tu carro ni bien se
advierta que sirves a otros intereses ajenos a aquellos a que tu investidura te
exige. Deja en manos de nuestro gran
Elohim el futuro de Su pueblo, pues nunca lo abandonará, ni siquiera cuando lo
someta a las pruebas más duras. Tú dices
que si regresas a nosotros la judeidad ganará sólo un judío. Y esta ganancia es para nosotros tan valiosa
como sostener a todo el mundo. Por
intermedio tuyo se salvarán muchos; y siglos más tarde tu actitud servirá de
ejemplo para otros. Las generaciones
siguientes, nuestros bisnietos, te admirarán y aprenderán de tu ejemplo a
honrar y amar a la sagrada fe judía y a sacrificarte por ella, pues habrás
demostrado que es más valiosa que la mayor gloria del mundo, que el brillo y
esplendor más refulgente con que se revisten las otras religiones.
¡Vuelve
con nosotros, Eljanán!
¡Regresa
a tu Elohim y a tu fe, a tu pueblo y a tu familia, a tus hermanas y hermanos, a
tus padres, Eljanán! ¡Oh! ¡Déjame anunciar esta buena nueva a tu madre que
llora y se duele por ti, creyendo que no te encuentras más entre los vivos!
¡Concédeme el privilegio de anunciárselo -Eljanán, Eljaiián, Eljaiián!
¡Conviértete de nuevo en Eljanán "El-janán najalató benóam
lehashpar!"
Eljanán
se desplomó sobre su silla y se cubrió el rostro con ambas manos.
¡Cuánto
tiempo, cuantos años y meses luchó por lo que es y tiene actualmente! Y ahora
que lo logró, ¿debe renunciar a todo eso? ¿El, el Papa, habituado a gobernar,
deberá diluirse entre la gente común, de la cual estaba alejado por haber
ascendido tan alto? Nada menos que él, a
quien los emperadores y reyes se acercaban con profundo temor reverenciál,
debería aprender a tolerar el desprecio de la gente y comenzar a vivir como
judío, mientras los hijos de Jakob son en todas partes víctimas del desprecio?
Ya
estaba a punto de apartarse de su padre - cuando pronto le acudió a la memoria
el recuerdo de aquel momento tan lejano en el tiempo, durante el cual leyó su
nombre en el poema religioso de su padre:
-"El-naján
najalató benóam lehashpar" gritaba todo su ser.
"Dios
concedió. Su gracia a Su herencia con Sus amorosos preceptos para
embellecerlo". ¿En qué estriba esta belleza y este amor por el pueblo despreciado,
sino en su parte inmortal?
Y
he aquí que dio un respingo, abrazó fuertemente a su padre con ambos brazos y
exclamó con voz sonora y entusiasta:
-¡Padre!
¡Regresaré contigo, padre mío! ¡Haré todo lo que desees! ¡Vuélvete a Maguncia
con tu familia, que también es la mía, y anúnciale a mi madre que espere a su
hijo! ¡Díselo cuanto antes, padre!
¡Que
deje de llorar de tristeza y que su rostro se cubra de lágrimas de alegría por
haber recuperado a su hijo! Retorno a mi pueblo, padre, a mi antigua fe y a mi
Elohim, el Señor de Israel! Abandono el
más alto honor, el brillo y el gobierno del mundo, pues quiero convertirme en
un judío común y ser como mis hermanos, estudiar la ley de Elohim y vivir con
ellos!
¡Quiero
ser judío!
Estas
palabras llameantes penetraron el corazón de Rabí Shimón y lo conmovieron,
llenándolo de regocijo.
Y
el padre abrazó nuevamente a su hijo y lo cubrió de besos, como aquel día tan
lejano cuando su pequeño Eljanán percibió su nombre en un poema religioso que
recién había terminado de crear. De los ojos del anciano comenzaron a
derramarse lágrimas cálidas. Eran
lágrimas de profunda alegría, de verdadero regocijo celestial, ya que en
realidad recién ahora había reencontrado plenamente a su hijo perdido.
Cuando
Rabí Shimón abandonó Roma, los criados del Papa observaron que su señor se
alejaba de ellos cada vez más. Este
cambio lo adujeron a la influencia de la Cábala. El Papa no hablaba con nadie; estaba todo el
día encerrado, en ayunas, en su recinto privado y le pedía a Elohim que le
perdonase el pecado que cometiese sin siquiera saberlo.
El
palacio papal en Roma tenía muchas salidas secretas, cuyas llaves estaban en
posesión del Papa.
Los
papas solían, muchas veces, abandonar su palacio a escondidas para detectar el
ánimo de la gente.
En
una lluviosa noche de marzo abandonó Eljanán el palacio para no retornar nunca
jamás.
Con
mucho cuidado cerró detrás de sí la salida y tiró la llave a las aguas del río
Tíber. Como al Papa le informaban
siempre cuál era la contraseña de la guardia de la ciudad, logró que le
abriesen sin problema las puertas de la ciudad.
Y
el Papa Víctor III, el más alto dignatario de la Iglesia, padre de todos los
cristianos creyentes, gobernante de reyes y emperadores, príncipes y duques,
obispos y arzobispos, emprendió su camino de regreso a la fe de sus ancestros y
a la vida de un judío común.
¿Intuía,
acaso, cómo finalizarían sus días y en qué forma moriría?
Hasta
Boulogne peregrinó a pie. En Boulogne compró un carro con un caballo, contrató
un servidor y se dirigió hacia el sur.
Al
día siguiente esperaron mucho tiempo, en la corte papal, a que el Papa saliese
de su recinto o llamase a algún criado.
Pero fue inútil: ni la puerta se abrió ni nadie fue llamado. Cuando los criados y los cortesanos se hubieron
cansado de tanto llamar, forzaron la puerta y para su enorme sorpresa,
encontraron la habitación vacía.
Esta
noticia provocó una tremenda conmoción. Algunos sostuvieron que se llevó a cabo
un asalto secreto; dedujeron que el Papa fue raptado por los partidarios del
emperador. Otros, en cambio, pensaban
que el tan devoto, angelical y apacible Papa ascendió, aún vivo, al Cielo. Hasta hubo quienes creyeron que el Vicario se
había dedicado a la magia negra y fue víctima de ella.
Pero
a nadie se le había ocurrido pensar que el Papa había renunciado por su propia
voluntad a la majestuosidad de su importante cargo, al poder más grande, a la
gloria más elevada, al honor casi divino que todos le dispensaban y a su
inagotable riqueza material, para poder vivir, a partir de aquel momento, como
un "judío"... "común y corriente"...
EL
SANTO DE MAGUNCIA
relato
histórico
La
historia verídica de un Papa judío
Rab. Dr. Meir Lehman (1831-1890)
Muy interesante
ResponderEliminarPero de todas maneras se fue al infierno porque practicaba cabala.brujerías judías.
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